«El matrimonio es tratar de solucionar problemas entre los dos que nunca hubieran surgido al estar solo».
Eddy Cantor
Cuando tenía quince años me decía a mí misma: con 25 estaré casada y con hijos. ¡25! Yo pensaba que ya sería una mujer hecha y derecha, cuando en realidad, con 25 no sabía qué hacer con mi vida, y lo que es más, no tenía ni “novio formal”. Unos años más tarde, con 28 conocí a Alfredo. La primera vez que coincidimos fue en un viaje de trabajo a Bilbao. Trabajábamos en la misma empresa, aunque no juntos. A él también le había tocado viajar a la sede en Bilbao. Cuando lo vi en el avión pensé: “guapo pero ufff muy delgado, muy muy moreno del sol y demasiado “chulillo” para mí”. Era el típico que le sentaba bien el traje y lo sabía. No me dijo nada en ese trayecto de 50 minutos, y lo que es más, ni se dignó a esperarme para coger un taxi juntos hacia la oficina.
10 meses más tarde estábamos saliendo y hablando de todo. En poco tiempo parecía que llevábamos años juntos. Digo lo de “hablando” porque considero que siempre ha sido unos de los ejes centrales de nuestra relación. Como sabrán los que me conocen, me gusta hablar (aunque si me pasa algo me cuesta sacarlo, eso sí); hablar y hablar…considero que tengo la capacidad de hablar de todo: desde temas actuales hasta las frivolidades más superficiales (reconozco que en otra vida hubiera sido buena periodista del Hola!).
Con los años, he perdido algo de mi capacidad para hablar… aunque no del todo jeje. Alfredo, por lo contrario, es más callado…cuando quiere claro. Cuando empezamos a salir no conocía esa vertiente “callada”. Evidentemente, me quería conquistar y me decía que «no me preocupara, que si yo hablaba demasiado me lo diría”. Ahora, cuando hablo demasiado, noto cómo él desconecta y deja de escucharme. Antes era de capaz de irme a buscar a Paris en coche desde Barcelona cuando me quedé tirada allí por el volcán islandés mientras que ahora con más de 2 personas empieza a agobiarse y se calla…y yo ya sé…”se ha agobiao.”
Los primeros años de una relación siempre son fáciles. Todo es bonito. Y si no lo es…pues mal vamos. Opino que las relaciones tienen que ser fáciles. No tiene que costar ni doler querer a otra persona. Eso no quiere decir que no se tienen que trabajar, ni mucho menos. Las relaciones se tienen que trabajar día a día. Mantener la espontaneidad. Pero la realidad es que si no hay niños ni otras cuestiones de por medio, se puede disfrutar más fácilmente de estar juntos; se puede viajar si uno quiere y puede; se puede salir cuando uno quiere; se puede vivir sin más preocupaciones que estar feliz uno junto al otro; la realidad es que las relaciones deben ser fáciles, divertidas y hacen mucho bien – eso sí, siempre que uno esté bien con uno mismo (pero esto no pretende ser un manual de autoayuda…). Nosotros hacíamos justo eso. Viajábamos de fin de semana “low cost” a ciudades europeas – Londres, Paris, Ámsterdam, Praga, Berlín; fuimos de “backpackers” por Perú; la luna de miel por California y Nueva York; y cogíamos el coche y recorrimos la península ibérica. Era divertido, fácil y nos fuimos conociendo poco a poco.
El 6 de septiembre de 2011 a las 15:35 de la tarde, nació Lucía. Y con ella, las primeras adaptaciones de la pareja y su rutina. Lucía fue una niña buscada. Vino al año de empezar a buscarla. Te cambia las prioridades. Te fuerza a reconfigurar tu vida. Ni mejor ni peor. Simplemente reconfigurar. Como cualquiera que tiene hijos que no requieren una atención especial sabe:
- tienes que organizar tu tiempo mejor;
- tienes que evitar hablar de “cosas” importantes el día después de pasar la noche sin dormir porque a la peque le salían los dientes o tenía otitis y se ha pasado la noche llorando;
- avisas a la canguro y programas ir al cine con una semana de antelación, para cuando llegue el día, te obligues a ir por evitar tener que organizarlo de nuevo;
- buscas restaurantes que tienen “trona” para no tener que cargar tú con la tuya – en el maletero ya no cabe nada más;
- empiezas a conocer la playa antes de las 10 de la mañana;
- te das cuenta de lo largo que es el día cuando Lucía, un sábado a las 7, dice “papi, pero si ya es de día…no quiero dormir más” y a las 9 ya estas paseando camino del parque con bici, patinete, cubos…;
- te das cuenta de que con la mitad de una maleta de mano, que compartes con tu marido, tienes para vestirte todo el verano porque la maleta grande la ocupan los bártulos de tu hija…y así hasta que me canse.
Es cierto que con Lucía cambiaron algunas cosas pero, por lo general y por suerte, ha sido una niña con la que hemos podido hacer de todo: viajar en coche, en avión o en tren, salir a comer, salir con los amigos, no nos ha impedido hacer nada. Eso sí, todo de día. La luz de la luna la disfrutamos del lujo de nuestro sofá y como luz de fondo para alguna serie de la tele. Por suerte, Lucía siempre ha comido y dormido de maravilla, por lo que tampoco nos ha dado muchos problemas en ese frente. Tuvo las bronquitis, bronquiolitis y otitis de rigor y alguna más…todo mientras Alfredo trabajaba en Panamá y yo viajaba la mitad de cada mes. Y fue durante esos meses de Lucia malita que me di cuenta, por primera vez, de los “daños colaterales” que pueden surgir en una pareja cuando tienes “problemas” (y en este caso problemillas”) en casa. Surge la tensión, la preocupación, las sensibilidades. Reconozco que Alfredo es más “histérico” que yo (me puede llegar a matar por este comentario ;-)). Se preocupa antes. O, simplemente, se evidencia antes. Yo soy más de guardarlo todo por dentro y saco la risa o el humor para aliviar mi preocupación y quitarle hierro al asunto. No es siempre lo más apropiado pero es mi manera de llevarlo. Alfredo no. Alfredo es más callado, deja de comer y se le nota en la cara. Con Lucía tuvimos momentos en los que no podíamos hablar por cosas que ahora veo como tonterías. Discutíamos si ir a urgencias o no; nos estresaba que Lucía no se quisiera tomar el antibiótico (una vez hasta le vaciamos toda la habitación de juguetes si no se lo tomaba…ella ni se inmutaba…le daba igual – acabamos en urgencias de la mutua donde una enfermera de confianza se la dio a la primera; casi la matamos); nos preocupaba si le dábamos demasiado ventolin o si nos habían recetado estilsona….
Ahora me doy cuenta que todo eran tonterías. Tonterías por las que me volvería a preocupar. Tonterías que me seguirán preocupando si le pasa cualquier cosa a Lucia (la pobre no tiene culpa de todo lo que ha pasado su “hermano pequeño que esta malito porque tiene mocos y no puede respirar”, como dice ella). Al fin y al cabo, tonterías en comparación con Mateo. Ahora me doy cuenta de lo fuerte que es mi matrimonio con todo lo que hemos pasado y estamos pasando. Ahora me doy cuenta de lo importante que es tener a alguien al lado con el que tienes confianza total. Ahora me doy cuenta del pilar tan fuerte y sólido que es mi marido. Él ahora también me ha demostrado lo gran persona que es y cómo todo lo que hace es siempre pensando en nosotros.
El embarazo son nueve meses preciosos que la pareja debe disfrutar por igual. La madre lleva al bebé pero el padre tiene que sentirse partícipe también. El padre no debe “ayudar o apoyar” la labor de la madre porque eso supondría que la madre es la ejecutora al 100% pero no es así. El padre debe asumir el 50% de la responsabilidad y por lo tanto todo es compartido. La experiencia, las responsabilidades, las labores, el sufrimiento…
Durante el embarazo de Mateo, con ecografías cada semana y la fetoscopia que me hicieron, noté en todo momento esa participación de Alfredo. Fueron unos 3-4 meses tensos, porque aunque me sentía como si fuera un embarazo normal, no lo era y los dos sabíamos que no se sabía que pasaría. No diría que el embarazo afectó nuestra relación. Fue un embarazo muy feliz pasado el “shock” inicial.
De hecho, durante el parto (los empujones finales, concretamente), cuando me di cuenta realmente de la incertidumbre de toda la situación, fue uno de los momentos en los que sentí que nuestra relación era más fuerte. Estábamos unidos y fuertes para enfrentarnos a lo que fuese y pasase lo que pasase. Y ésto es esencial en momentos así. El no sentirte sola. El saber que tienes esa mano allí preparada para cogerte cuando decaigas al no oír los llantos de tu bebé cuando debería de haber llantos; cuando ves que lo intuban y reaniman y debería estar en tus brazos; cuando te dicen que todo saldrá bien pero realmente no lo saben; cuando no sabes nada; cuando te lo cuestionas todo. Allí estaba Alfredo.
El tiempo ingresado es otra etapa totalmente diferente. Firmas un contrato invisible que dice que como pareja pasamos a segundo o tercer plano. Primero es Mateo, segundo Mateo, tercero Mateo, cuarto Lucía…y posiblemente luego venimos nosotros. Al principio, somos una roca dura y robusta. Pero los días pasan y Mateo no mejora. El tiempo y el cansancio va erosionando lentamente esa roca y los problemas de Mateo van haciendo pequeñas grietas que dejan entrar agua que las agranda hasta que llega un día que te das cuenta que ni os habláis. El cansancio mental es tan grande que no hay fuerzas. Como pareja casi no se existe. Los turnos entre UCI, Lucía y trabajo reducen el tiempo que os veis. Por suerte, los dos sabemos que eso es lo que toca. No considero que nos afectó. Por lo menos, algunas enfermeras me han comentado que nos venían muy fuertes y unidos. Eso me enorgullecía porque era verdad. Fuimos fuertes y estábamos unidos aunque como pareja casi no estábamos. Como padres éramos invencibles.
Llegó un día, llevaríamos 4 o 5 meses ya en la UCI, que me acordaré siempre. Vino Julio Moreno, un neonatólogo extraordinario, y nos dijo “iros a pasear a la playa, desconectad, Mateo está bien aquí, lo necesitáis”. Y eso hicimos. Fue lo mejor que podríamos haber hecho para Mateo y para nosotros. Fueron dos horas donde reconectamos como pareja – dejamos de ser sólo padres. El viento salado de la playa alimentaba nuestra relación con una fuerza renovada. Hablamos lo que no habíamos hablado en mucho tiempo. De nosotros. De donde estábamos. A dónde íbamos. De que pasase lo que pasase deberíamos estar orgullosos de cómo lo llevábamos porque hacíamos todo lo que podíamos y nosotros seguíamos bien como pareja.
En casa son otras cosas. Es la falta de tiempo (vamos al hospital tres veces a la semana). Es agobio por mi parte. Es lidiar con Lucia y sus “celos” más que comprensibles. Es tener siempre alguien en casa para ayudar porque uno no se puede quedar solo con Mateo, por si acaso. Es tener los sentimientos a flor de piel. Uno salta por cualquier tontería y otro se ofende y luego el otro porque el otro se ha ofendido…y así mil veces. Es la falta de espacio porque Mateo duerme en tu habitación. Es la falta de sueño porque no te deja dormir. Es el estrés continuo de saber que Mateo puede darte un susto en cualquier momento: moco en cánula – mateo se pone azul; agua en tubos de respirador y micro-aspiración del pulmón – Mateo azul: y mil otras casuísticas. Es encontrar tiempo para que Lucía no sienta que no tenemos tiempo para ella (este año ha sido duro muy duro para ella y muy bien lo ha llevado la verdad) y darle pequeñas tareas como cambiar el pañal o ponerle la crema (hablamos en su día con la psicóloga del hospital y nos dijo que era importante incluirla en todo, desde la etapa en la UCI y ahora más que nunca – reafirmar el núcleo familiar con todos). Es buscar esos momentos de paz cuando los dos están durmiendo y estamos solos para ser pareja; para ser nosotros; para hablar; para reír; para simplemente estar. Para tener algo de normalidad.
Como pareja, estamos reencontrándonos de nuevo. Aprendiendo a serlo de nuevo con nuestra situación actual. Es importante no olvidarse que antes de ser padres éramos y somos pareja. Somos nosotros. Alfredo ha hecho posible que yo salga fuerte de todo esto. Alfredo con todo lo que me hace rabiar, hace que yo me sienta bien. Pese a todo lo que hemos discutido; pese a todo lo que no hemos hablado; pese a todos los silencios que hemos tenido; hemos aprendido a superarlo y estar bien donde estamos. Dicen que la parejas o se rompen o se consolidan aún más ante las adversidades. Mateo ha sido una adversidad muy dura. Mateo nos ha hecho más fuertes como padres, pero también creo que con el tiempo nos hará más fuertes como pareja y como familia.
que bonito luisa, que suerte haberos encontrado. vuestros hijos son dichosos de poderse mirar en un espejo que refleja tanto amor…
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Menos cuando lo quiero matar!!!!
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¡¡¡Qué rebonitooooooooo y qué reverdad!!! Sois súper fuertes Luisa, tenéis tooooooda mi admiración, qué bien haber podido ir a vuestra boda y qué bien saber que tienes a Alfredo a tu lado…Sois una familia PRECIOSA y sí, doy fe de que sí hablas, y muuuucho, cuando toca, jeje…menuda llamada larga el otro día….me guardé todos tus consejos, que lo sepas, creo que Alejandro siente que él también habló contigo, jeje..Ahora estamos bien concienciados 😉 Te quiero, Cristina
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😘😘😘😘😘😘
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A tu marido le di un 10 cuando lo conocí, pero a ti no se que darte cada día me sorprende más lo gran mujer y madre que eres y no es por lo mucho que te quiero.grande mi Luisa besos a los cuatro magníficos.
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Precioso, como la vida misma, llena de luces y sombras… En que momento dejas de ser tu y pasas a ser nosotros?? Animo, y adelante mujer coraje!!! Toda mi admiración y mis buenos deseos para ti y tu maravillosa familia
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Cada vez que lo leo me emociono…. sois fuertes y pa lanteeeeee……..
Os quiero ! tita carmen
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